Melvin Cantarell Gamboa
17/01/2023 - 12:05 am
El planeta y sus enemigos (IV y último)
"(…) hago un llamado a detener con nuestras acciones las afrentosas ofensivas del sistema que nos obliga a consumir y adquirir productos superfluos, innecesarios que por su toxicidad dañan el ambiente y la salud (…)".
EL ENEMIGO ES EL SISTEMA
Como se ha señalado a lo largo de este artículo las promesas emanadas de la Revolución Industrial y del modo de producción capitalista han resultado fallidas.
Las experiencias vividas muestran que toda acción consciente o suceso imprevisto que contraríe las leyes naturales por necesidad provocará problemas; podemos afirmar en consecuencia que el sistema técnico-industrial neoliberal con su imparable crecimiento aceleró los resultados catastróficos actuales; sí es así, es urgente romper y superar muchos de los procesos de la ciencia aplicada ya que sostenerlos agravará las dificultades, persistir en ellos sería negarnos a aprender de los errores.
La técnica se ha desmarcado de la naturaleza y roto toda posible armonía con ella al grado de amenazar lo viviente; en consecuencia, si de evitar el colapso del planeta se trata, entonces, es el momento de inaugurar una era postindustrial. Sabemos que la tierra no es más que una esfera cuyo tamaño y extensión no puede aumentar; se conserva gracias a su posición respecto al sol y a que durante los 365 días del año se suceden cuatro estaciones en las que la naturaleza pasa de fases de deterioro a recuperación, es decir, de la infecundidad a la fertilidad; esta normalidad que hemos sometido a un gasto excesivo alteró los ciclos ambientales. Nuestro crimen, por consiguiente, fue haber sometido la biósfera a un esfuerzo que excedió su capacidad de renovación, pues degradamos su biología y alteramos las condiciones que dieron lugar al hábitat que hizo posible la existencia de la vida.
¿Por qué el modo de producción capitalista es el principal enemigo del planeta? Se rodeó de instrumentos técnicos, fabriles e industriales que, desde su nacimiento, se caracterizaron por el derroche de energía, el despilfarro de los recursos naturales y la contaminación del ambiente; al mismo tiempo, con la complicidad de un Estado sometido a los caprichos del sistema, dio lugar a una visión del mundo que propició que se pasara por alto que el modo de vida ideal no depende de la riqueza ni de la posesión de bienes tecnológicos y de consumo (automóviles, computadoras, celulares, artículos eléctricos de última generación, etc. etc.), pues de lo que se trata es de simplificar la existencia; por sí mismas ni la ciencia ni la técnica hacen del ser humano un superhombre si éste carece de humildad y no busca la armonía con su entorno; sólo la sabia prudencia nos permite solucionar hoy los problemas de mañana, con mayor razón si nosotros los provocamos. Si la idea de progreso prometió la felicidad es el momento de reflexionar sobre las palabras de Víctor Hugo en Los miserables: “no es el hombre feliz, sino al hombre sabio al que hay que aspirar”.
Ahora que el sistema y su criatura, el complejo técnico-industrial, muestran su incapacidad para darnos satisfactores sin daños colaterales es el momento, pues, de abandonar de raíz sus falsas promesas o, mínimo ralentizar nuestro apego a necesidades no naturales ni necesarias; llegó el momento de renunciar a lo que hasta ahora amamos, hay que superar la embriaguez que produjeron en nosotros los ofrecimientos incumplidos de la sociedad burguesa.
Sólo me resta agregar (a este intento de comprender el cambio climático, la crisis ambiental y la contaminación), que a lo largo del material consultado para escribir este artículo no hallé reflexiones de carácter ético para enjuiciar al sistema. Grave, porque la Ética contiene todas las opiniones de carácter moral sobre los actos de los individuos, los gobiernos y las élites del poder global, pues involucra todas las acciones buenas y malas, así como la conducta de los seres humanos sin excepción. A lo largo de nuestras relaciones intersubjetivas con el otro y del compromiso existencial de todos con el planeta por nuestra supervivencia la razón práctica dio lugar a la ética, que no requiere de ninguna coacción exterior para llevar a cabo nuestra irrenunciable tarea de respetarnos unos a los otros, en la búsqueda y defensa de lo que nos es más provechoso y de lo que más nos conviene. Por lo tanto, las técnicas, no se reducen a las herramientas que el hombre fabrica, sino que el uso que hagamos de ellas ha de incluir el conjunto de acciones coordinadas, estratégicas, logros y principios morales que permite al género humano construirse un entorno adecuado a sus necesidades vitales; me atrevo a afirmar que el hombre en tanto animal técnico debiera ser constitutivo del animal homo sapiens que somos. Además, lo ético no se define por los valores que pregona un determinado sistema económico o grupo social; son los valores los que deben todo a la ética, pues ésta es la que hace posible tanto la moral como los valores. Sin embargo, el comportamiento de las minorías, que por su poder económico y político toman decisiones que afectan la vida de la humanidad entera, muestra que su eticidad se interrumpe donde empiezan sus intereses; en lo personal no encuentro en la “lógica” de sus resoluciones sobre la amenaza ecológica intención alguna de ajustarse a la realidad, de comprender y contribuir a resolver el problema.
La cínica inmoralidad de las élites en ninguna parte se muestra de manera tan obvia como allí donde se niegan a sacrificar parte de sus dominios ante la emergencia ecológica aun cuando peligre su salud y la vida de los demás seres humanos. En la libre economía de mercado lo primero es afirmar sus negocios que evitar daños. Ejemplifiquemos: México enfrenta una embestida de esta clase. A finales de 2020, el Presidente de México, Andrés López Obrador aprobó un decreto que protegía el maíz nativo y la salud de la población frente a los agroquímicos y el maíz transgénico para uso de la alimentación de los mexicanos, Estados Unidos amenazó con recurrir al Tratado de América del Norte (T-MEC) si no logra una solución favorable a la prohibición mexicana del uso de maíz transgénico a partir de 2024 alegando pérdidas masivas multimillonarias para los agricultores estadounidenses. David Brooks y Jim Cason en un reciente artículo publicado en La Jornada (martes 3 de enero de 2023. Agroindustria de los Estados Unidos controlan el comercio mundial del maíz) explican que los 17 millones de toneladas que Estados Unidos exporta a México con valor de cinco mil millones de dólares no beneficia a los agricultores norteamericanos, sino que las ganancias se concentran en unas cuantas empresas trasnacionales que son los verdaderos dueños en el mercado mundial. Nada de este maíz pertenece a México o a Estados Unidos, ni beneficia a los granjeros, estos sólo corren los riesgos y pagan los costos, en tanto las ganancias se concentran en Cargill, Bayer, Chem China, Corteva, Limgram y otras que controlan a los agricultores, los insumos y la comercialización (una barra de pan en Norteamérica tiene un precio de cuatro dólares, el granjero recibe a cambio veinte centavos de dólar); ninguna de ellas dejan al agricultor un centavo para proteger el medio ambiente; también es falso que los granjeros no deseen cambiar el maíz transgénico por variedades genéticamente no modificadas. En una entrevista a Anet Feliza Aguilar y Christian Soliz Elías, miembros del colectivo “Yo soy maíz”, con sede en California, señalaron que el consumo de maíz transgénico coincide con el aumento entre la población de alergias y enfermedades como obesidad y diabetes; culpan a las grandes empresas de la fechoría ya que controlan plaguicidas y transgénicos, al mismo tiempo que presionan a políticos, como el presidente Biden, a defender sus intereses, sin importarles la salud de los mexicanos, total, lo que cuenta son las ganancias, las consecuencias les vale madres. En 2022 estas multinacionales globales que venden fertilizantes y granos acrecentaron sus ganancias un 60 por ciento... y quieren más.
Otro ejemplo: En el mundo entero circulan más de 1500 millones de automóviles cuyos motores despiden gases de invernadero que han contribuido al cambio climático; en el colmo de su avidez, los productores para enfrentar el problema optaron por autos eléctricos que utilizan baterías de litio que también contamina con el agraviante de sus altos precios; las pilas son pesadas, lentas a la hora de recargarlas, contaminan por su calentamiento intenso y en contacto con el agua puede ocasionar incendios y explosiones. La solución, si no prevaleciera la potencia cínica del dinero, sería disminuir gradualmente la fabricación de automotores y suplirlos por un eficiente servicio de transporte público movido con un sistema de claveado eléctrico; para empezar hay que prohibir la circulación de coches en ciudades muy pobladas, pues intoxican el ambiente, lentifican el tráfico y su uso utilitario desaparece para dar paso a la ostentación; Hong Kong es la ciudad que concentra el mayor número de automóviles de lujo pero la movilidad vehicular promedia 9 km/ hora. ¿Por qué un país como Alemania productor de automóviles de lujo, por los cuales obtiene beneficios récord en esa industria tan boyante sacrificaría sus ganancias en favor del medio ambiente? Seamos realistas, el sistema no se suicida, antes sacrificará al mundo que violar las leyes del capitalismo.
En doscientos años desde la primera Revolución Industrial, el sistema ha inyectado 350 mil nuevas substancias y materiales químicos a la atmósfera, sólo se han monitoreado detalladamente 50 mil, hacerlo cuesta dinero y si los gastos no se cargan al erario público para ser pagados por el contribuyente, la falsa consciencia moral burguesa no sacrificará sus ganancias para contribuir a la supervivencia, este es el amargo principio de realidad que rige en el amoral modo de producción capitalista.
En última instancia, no debemos perder de vista que la ecología es una ciencia híbrida en la que se confunden conocimientos especializados e intereses políticos que operan en favor de la élite, en tanto éste estado de cosas continúe reproduciéndose persistirá la virtud del avaro: “soy más mientras más tengo, no me importan mis semejantes, por mi bien, debo destruir a mis competidores y explotar a los más débiles”. Este egoísmo que define la consciencia del “yo burgués” llevó al sistema a ser hostil con la naturaleza y a pasar por alto que los hombres no sólo estamos en ella, sino que somos la naturaleza y parte inalienable de ella; tierra, vida, naturaleza y seres humano son lo mismo. Por eso escribió Nietzsche:” Ama la tierra y nada más”.
Para concluir ¿Hay algo que podamos oponer al neoliberalismo y al yo burgués? Creo que sí: un comportamiento libertario que reivindique lo inmanente. Michel Onfray en su texto El principio de Gulliver (Biblioteca Nueva, S. L., Madrid 2018) plantea una micropólitica que denomina “principio de Gulliver”; el concepto describe una modesta y humilde resistencia personal que nos inmuniza de la prepotencia de la clase dominante y de los gobiernos neoliberales, ya que les impide imponer sus objetivos, en este caso su biopoder que al impactar en todos los aspectos de la vida mediante saberes, técnicas y tecnologías convierte a los seres humanos en un medio para alcanzar sus fines; el principio de Gulliver, pues, sería una forma de actuar accesible a todo el mundo que, además nos haría menos consumistas, más sabios para llevar una vida buena; lo que obligaría a la gran política a someterse a la ética de la responsabilidad y a que los agentes del poder dejen de comportarse como monstruos carniceros. Por último, hago un llamado a detener con nuestras acciones las afrentosas ofensivas del sistema que nos obliga a consumir y adquirir productos superfluos, innecesarios que por su toxicidad dañan el ambiente y la salud o, por lo menos, reducir su adquisición, como motores y máquinas que utilizan combustibles fósiles, metales como el acero, pues son las fundidoras las que más ensucian el aire, electrodomésticos y otros; evitar telas y ropa cuyos componentes sean tóxicos o dañinos para la salud; consumir con información y moderadamente, de esta manera neutralizaremos y, a la larga, destruiremos todas las fuerzas que dañan la naturaleza. Los gigantes como Gulliver pueden ser inmovilizados por pequeñas fuerzas que sumadas dan lugar a una potencia formidable.
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